Dieta de sobreamor.

Tengo mil poemas en mi cabeza

y en mi estómago:

grulla

revoloteando,

pidiendo

versos de amor.

Tengo en mi pecho

un poemario entero
sobre ti,

sobre mí,

sobre política y sociedad.

Tengo excusas en lírica

y en prosa:

excusas sobre lo que sentí

y lo que dejé de sentir,

medias noches que comíamos

y consumíamos

entre polvo y polvo.

Cómo se nos veía el plumero.

Se nos iba de las manos,

a mí la ceniza del cigarro

y a ti, el ron con hielo.

Era demasiado dulce para mi cuerpo,

poco salado;

(y con el sobreesfuerzo,

peor),

proteínas,

en mis desdichas

de aquello que llamamos

nuestra relación.

Nunca entendí aquel régimen;

pocos besos,
de esos dietéticos,

mucho espacio,

sentimientos aislados

para dejar de «cebarnos»

del uno,

del otro,

de amigos,

familia,

conocidos,

extraños,

infortunios…
Le doy la razón al dietista.
Siete kilos menos.

Ciencias naTÚrales.

Como experto en matemáticas,
física,
química
y ciencias ocultas de tu sonrisa,
no hay fórmula inventada
para conseguir un beso tuyo
que no sea el que posas en el vaso desnudo, frío, mudo;
rojo desgastado en tu boca,
intensa manzana a manos de Newton,
imagino la intersección de tu boca
con la copa rota
por mi suspiro 3,14 dieciséis segundos.

No son solo integrales, derivadas,
ni señales de desvío,
tampoco ningún límite -tu cuerpo con el mío-,
las que resuelven una 《X》, que yo sé
está en mi cama, tal vez
entre las sábanas.
Tú eres de teoría, dime,
¿conoces la de dos cuerpos
inmersos
en una botella de vino, cine en casa y besos?
Tienes un suspenso en el planteamiento
de una noche conmigo;
por eso te ofrezco una clase privada,
vamos a hallar el área de nuestros cuerpos,
base por altura igual
orgasmo.