Ciencias naTÚrales.

Como experto en matemáticas,
física,
química
y ciencias ocultas de tu sonrisa,
no hay fórmula inventada
para conseguir un beso tuyo
que no sea el que posas en el vaso desnudo, frío, mudo;
rojo desgastado en tu boca,
intensa manzana a manos de Newton,
imagino la intersección de tu boca
con la copa rota
por mi suspiro 3,14 dieciséis segundos.

No son solo integrales, derivadas,
ni señales de desvío,
tampoco ningún límite -tu cuerpo con el mío-,
las que resuelven una 《X》, que yo sé
está en mi cama, tal vez
entre las sábanas.
Tú eres de teoría, dime,
¿conoces la de dos cuerpos
inmersos
en una botella de vino, cine en casa y besos?
Tienes un suspenso en el planteamiento
de una noche conmigo;
por eso te ofrezco una clase privada,
vamos a hallar el área de nuestros cuerpos,
base por altura igual
orgasmo.

Por ella y por todos mis compañeros.

Muchas personas se preguntan qué coño tiene en la cabeza.

Pocos son los que se paran a conocer lo que hay más allá de su mirada perdida en las luces de los semáforos. Precintan su cuerpo con connotaciones negativas y perífrasis inusuales cuando se queda parada en los pasos de cebra.

Yo diría que ella no es ese tipo de «especial» que deja el sabor de un cigarro liado con las prisas de una pelea con tu pareja, en la boca. Ella es ese tipo de conflicto que tienes cuando muerdes todas esas calorías de un algodón de azúcar, tan dulce. Ella es ese clase de lucha que tienes contigo mismo cuando estás jodidamente enganchado a la cafeína por las noches para no pensarla.

Ella es la que mira llover pensando que puede cambiar el color gris del cielo con su chubasquero amarillo y sus botas rojas y, sin duda, se equivoca; no son sus botas ni su chubasquero, sino el brillo de su sonrisa que puede reavivar el corazón de cualquiera en la cola del paro. Ella es la que puede hacer crecer un diente de león de una colilla en la acera enfrente de un desahucio.

Ella es la que hace una fiesta por la muerte de un día, el peor de su vida. Ella es la que ríe cuando pela cebollas para una cena con su peor ami-enemiga, Soledad. Ella es la que estrena un sentimiento positivo cada día del año, sin necesidad de rebajas emocionales. Ella es la que zurce su vida con un hilo malva, su color favorito, el de no rendirse nunca, pase lo que pase.

Ella es quien lucha por ella y por todos nosotros, compañeros.

Puntos suspensivos.

Todos tenemos un punto en nuestra vida,
un punto de vista,
un punto y aparte,
y también final.
Un punto de equilibrio,
un punto estacional,
un punto orbital,
un punto G.
Un punto con coma
un punto bar,
un punto de reunión,
puntos de sutura,
un punto en común,
un punto de partida
y de partido, set.
Un punto de ironía,
un punto y comillas,
comillas de labios,
-que también son comidos-
puntos como lunares,
puntos cardinales.
Un punto y se acabaron estos labios,
puntos que visten,
puntos ciegos,
mudos y sordos;
puntos perdidos,
puntos que unen líneas
y personas.
Un punto fuera de contexto,
entre líneas,
de unión,
[tiesos]
puntos negativos,
positivos y que sudan de relaciones duras.
Puntos de trabajo,
un punto de no retorno,
agujeros negros
y de gusano;
puntos de aquí y de allá.
Un puto punto
y tú, puta.

Vida.

Ella es así,
con sus IDAs y VenIDAs.
Una montaña rusa
que devora las mariposas
de tu tripa,
sin opción a capullos
que te consuelen por la noche
en un bar de carretera con destino un love hotel.

Sus labios son veneno
en un solo beso
que te hiere el alma al momento.
Nadie le pide que cambie,
ella no podría hacerlo,
se llama VIDA
y es una hija
de puta.

Almas gemelas.

No es por echarme flores, pero yo sé cómo ellos se sienten el uno por el otro. Tal vez sean las chispas que les envuelven que han quemado todas las salas de fiesta de Madrid. O quizá, la forma en que se agarran de las manos; podrían sostener en ellas una ciudad entera durante toda su vida y que no les faltase agua. Sé de las descargas eléctricas que les envuelven, juntos eran un desfibrilador que podía abastecer el corazón de todos los parados de amor. Sí, yo lo veo hasta en sus mensajes, sin emoticonos pero con muchos puntos y seguidos; con cartas diarias en el buzón de sus sábanas escritas con tinta invisible de «yo te quiero». Yo sí, pero ellos no. Ellos solo las sienten, piensan que están en su cabeza y no en la del otro, derritiendo el poco juicio que les queda —furor amoris—. Para él es imposible entender cómo se remueven las mariposas del estómago de ella, si las suyas no paraban de nacer. Para ella es imposible entender cómo él aguanta el equilibrio, si cada vez que ella le veía se le caía el mundo .

Sí, para él era jodidamente imposible. Da igual cuanto lo intentase imaginar otros ojos que no fueran los suyos, otra sonrisa que brillara más que la de ella o la suavidad de otro pelo que no fuese el que le rozaba la nariz con cada beso. ¿Cómo ella siendo tan preciosa, inteligente, perfecta, podría estar con un idiota como él?

Amaba la forma en que se sonrojaba cuando le decía lo guapa que estaba con ese vestido hippie que se ponía sistemáticamente todos los jueves, o como rozaba sus pies cuando llegaba a la parte interesante de algún libro que estuviera leyendo aquella semana. Adoraba su particular forma de hacer las cosas, siempre diligentemente torpe aunque le echase o no su jefe la bronca por la mañana en la oficina. Apreciaba cada intento de superación en la presentación de sus cenas románticas o al elegir una película lo suficientemente cómica para él y romántica para ella. Le apasionaba su inocente sentido del humor y su increíble puntualidad. Da igual cuánto hablasen, minutos, horas, días que sumasen semanas, nunca se aburría con ella, cada conversación era un best seller nuevo en su vida, de su género favorito: su cuerpo.

Sí, él no lo entendía. Da igual cuanto lo pensase, para él era imposible entender como aquella persona podía haberse enamorado de alguien como él. Él no, pero ella sí. ¿Cómo no iba a querer al chico más maravilloso, decidido, valiente, que conocía?

Amaba la forma en la que le abrazaba por las noches cuando jugaban entre las sábanas, en tierra de nadie y de los dos, sin reglas ni banderas blancas, sin meta que no fuese la de besarse una y otra y otra vez hasta quedarse dormidos a mitad de una partida de ajedrez que siempre acababa en tablas. Adoraba su risa contagiosa o esos ruidos que hacían en la cama, juntos, o la forma en que la divertía todos los días con sus malas imitaciones aunque estuviese profundamente cansado. Apreciaba cada paseo, cada cita sorpresa que le regalaba los viernes por la noche, en la cual el destino era lo último que le importaba a ella. Le apasionaba su increíble sentido de la justicia, siempre dispuesto a dejarse la piel por sus amigos, a recibir las balas sin pedir antes el chaleco. Da igual cuanto hablasen, minutos, horas, días que sumasen semanas, nunca se aburría con él, cada conversación era un nuevo documento clasificado que solo conocía ella y el título era su nombre.

Algo que ninguno entendía; con cada palabra, aprendían más del otro y, con cada beso que se robaban mientras dormían, se enamoraban más. Era de esperar. Eran almas gemelas.