Sirena de medianoche

La conocí en un chiringo de playa. Ella llevaba los pies descalzos, un vestido blanco y un collar de perlas. Estaba sola. Bailando. Giraba y giraba sobre sí misma con una sonrisa que mareaba a todos los que la miraban. Inmóvil, con el cóctel entre las manos, no me atrevía a levantarme y decirle que era la mujer más bonita que había visto en la vida. La rumbia dejó de sonar y las luces se apagaron. En cinco segundos, un pestañeo musical, ella había desaparecido. Revolví mi mirada por todas las esquinas de aquel lugar, nervioso, angustiado, con la hierbabuena abrasando mi garganta. Y entonces lo vi: el vestido sobre la arena, empapado por las pequeñas olas que deseaban alcanzar tierra, y una hermosa cola de delfín nadando hacia la luz de la luna.

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