Explicaciones a Morfeo

Ayer volví a soñarla,
tumbada
sobre mis sábanas.
Taciturna.
Elefantes diminutos se deslizaban por su cintura
y enormes mariposas aladas
arropaban sus piernas desnudas.
Cientos de criaturas mitológicas
se reunían
alrededor de la cama
esperando rozar cualquier atisbo de piel
que asomara por el abismo del colchón.
Qué lástima que yo
no estuviera allí,
acostado junto a ella,
pobre espectador invisible
en mi propio sueño.

Tres toques de varita.

Con un movimiento de tus pestañas,
una única palabra de tu boca,
consigues que a las ranas les crezca pelo
y al calvo se le caigan las rayas de la camisa.
Contigo los gigantes cabalgan sobre mariposas
en el estómago de un enano enamorado
de la mujer barbuda.
Contigo es el lobo
el que va a casa de Caperucita
con una cesta llena de inquietudes
y la capa roja,
a contarle que ha visto a la abuelita
jugando por el bosque,
cogiendo algunas rosas
y haciendo una corona
al ingenuo cazador
que nunca ha sabido qué era el amor.

Eres tú quien esconde los zapatos de los duendes,
la que planta arcoíris sobre el tejado,
para luego subir
y construir un palacio
sobre la niebla.
Eres tú quien se come las perdices
de los finales felices
y las migas que deja atrás Gretel
cuando va a visitar a Pulgarcito.
Eres tú quien sale de la chistera,
la que se clava la espada en el pecho
y, luego, desaparece,
bomba de humo
para el pobre mago
que no se sabe tu truco
y le has robado la magia.